viernes, 13 de febrero de 2009

No somos robots sexuales




No somos robots sexuales

Cada vez llegan más personas a terapia sexual convencidos de que la sexualidad se reduce al funcionamiento correcto de los órganos genitales. Tienen buenos conocimientos científicos sobre la función sexual, han leído manuales sobre el tema y pueden emplear un lenguaje científico para hablar de la respuesta sexual y del grado de erección del pene.
Revista Medical - Buenos Aires


Consideran la función sexual como un simple sistema mecánico y tienen la creencia de que la dinámica de fluidos del pene juega un papel crucial. Con frecuencia, su visión mecanicista de la vida no solamente se ciñe a lo sexual, sino que se extiende a otras áreas de la vida. Cuando tienen problemas sexuales, como si de ir al mecánico se tratara, esperan que el terapeuta les dé la receta rápida que pueda resolver sus problemas, sin asumir responsabilidades ni tomar conciencia de su participación en los hechos.

Quienes estamos en contacto diario con las emociones humanas, sabemos que el ser humano es mucho más complejo. Prueba de ello la tenemos en los pobres resultados que, en muchas ocasiones, se consiguen con esas rápidas recetas, como son los fármacos prosexuales. Alentados por el tirón de la Viagra, la industria farmacéutica realiza grandes esfuerzos comerciales para vender algunos productos como panacea ante determinados problemas sexuales. Es el caso de la prescripción de hormonas a mujeres postmenopáusicas, que, aunque pueden ayudar a restablecer sus niveles hormonales, no consiguen aumentar el deseo.

En cuanto a los fármacos facilitadores de la erección (Viagra, Levitra y Cialis), ciertamente logran que el pene tenga una erección en determinadas circunstancias. Aún con tan notable ayuda, la excelencia de sus resultados, la reversión de la disfunción eréctil de forma estable y permanente, depende de la adecuada integración de su prescripción en un proceso de terapia sexual, en el que, entre otros, es esencial la consideración a su relación de pareja.

Y es que como ya decía John Money, los seres humanos no somos robots hormonales; nuestro desarrollo psicosexual, el proceso de aprendizaje, cómo vamos elaborando lo aprendido, son fundamentales para establecer nuestra visión sexual, nuestro sistema de creencias implícitas y explicitas. Por eso es importante que seamos capaces de entender de dónde proceden los sentimientos de culpa y vergüenza, fuentes de problemas que pueden asociarse al sexo.

Las generaciones a quienes nos ha tocado sufrir los rigores más duros de la represión deberíamos ayudar a los jóvenes a salvar las contradicciones que hemos padecido: por un lado, desde la adolescencia, empezábamos a sentir los impulsos sexuales propios de nuestro organismo y, por el otro, nos atormentaba la idea de que el sexo era pecaminoso y dañino, de que lo que sentíamos era negativo. Es una triste ironía, porque el ser humano está predeterminado como ser sexual, ya que de no ser por el sexo no existiríamos. Parece mentira que con esta consideración, sexo igual a vida, las sociedades humanas no sean más proclives a promover su práctica.

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